domingo, 17 de abril de 2011

Capítulo 3

CAPÍTULO 3


Celine abrazó a su padre con fuerza y una lágrima rodó por su mejilla.
- Te echaré de menos, papá. Prometo escribirte cada día.
- Cuídate y no hagas nada que yo no haría -Una sonrisa pícara se dibujó en su cara, llenándola de arrugas.
- Papá, cuídame bien a Oscar, ¿vale?
Eduard miró a su hija divertido.
- Cuidaré de Oscar como si fueras tú misma.
- Y recuerda que no debes comer demasiado cerdo y que el martes viene a visitarte el Doctor Connors para tu revisión anual.
Edward suspiró resignado mientras daba lijeros empujoncitos a Celine hacia la entrada del vagón de tren.
- Cariño, eres tú la hija, y soy yo el que te tendría que dar consejos.
Ella saltó a su cuello y lo rodeó con los brazos.
- ¡Cuídate!
Hellen rodeó con su mano la cintura de Celine.
-Vamos, querida, no es una despedida definitiva, seguramente en unas semanas tendrás a tu padre rongándote para que vuelvas.
Celine le dió un beso a su padre y sonrió a su tía.
El encargado del andén de la estación empezó a hacer sonar su silbato como aviso para los pasajeros rezagados.
La partida era inminente.
Celine entró en el lujoso vagón de primera clase, siguiendo a su tía y haciendo acopio de valor para no volver la vista atrás y dedicarle una última mirada a su padre. Seguramente, estaba actuando de forma exagerada pero, desde la muerte de su madre, habían estado tan unidos y siempre el uno junto al otro, que la despedida se le hacía mucho más dolorosa.


Claudia sonrió al ver el interior del vagón restaurante. Estaba decorado como el salón de una casa lujosa, lleno de lámparas con lágrimas de cristal y el suelo estaba forrado con una elegante moqueta de color azul marino.
Hellen empezó a mirar a los pasajeros que desfilaban ante ella.
- Mira, hija, hay un montón de jóvenes guapos y bien parecidos.
Claudia sonrió.
- Mamá, ¿crees que querrán bailar conmigo?
Hellen observó un grupo de jóvenes que miraban con curiosidad a Claudia y a Celine.



El sol de junio se reflejaba en el mar, creando unos destellos preciosos que Celine estaba contemplando desde uno de los laterales del barco. Claudia vio a su prima, que aquella mañana había madrugado mucho y se acercó a ella.
-Buenos días, Celine.
Celine reconoció la voz de su prima al instante.
- Hola, Claudia, ¿has dormido bien?
- Sí, estupendamente. ¿Sabes?, te quiero enseñar algo que he visto cerca de aquí.
Celine siguió a su prima hasta una parte un poco escondida de cubierta. Claudia miró a Celine con picardía.
- Asómate y mira discretamente.
Celine asintió y asomó la cabeza poco a poco. Sentado en una butaca, estaba Ryan, el chico de la noche anterior, con el pie en alto y vendado. Celine no pudo evitar soltar una carcajada antes de volver a esconderse.
- Claudia, ¿qué le ha pasado?
- Por lo que yo sé, tiene el dedo gordo del pie totalmente hinchado y morado.
Las dos jóvenes empezaron a pasear por cubierta.
- ¿Sabes, Celine? Me da lástima el pobre Ryan, le hiciste daño de verdad.
- Pues a mí no me da pena, todos los hombres son iguales y Ryan se merecía ese pisotón.
Claudia se sentó en un banco y Celine hizo lo mismo.
- Celine, ¿te puedo preguntar algo?
Celine asintió con la cabeza.
- ¿Qué fué eso tan horrible que te hizo ese hombre para que ahora los odies a todos?
Celine se quedó mirando fijamente el horizonte antes de responder.
- Todo pasó hace poco más de un año...


Nueva Orleans, 1884.

Celine acababa de ensillar a su caballo cuando unos golpes en la puerta de la cuadra llamaron su atención. Miró hacia la puerta y vio a un joven de unos veintisiete años de edad, con los cabellos rubios y los ojos más azules que ella había visto en su vida. El joven le sonrió y se acercó a ella. Celine no pudo evitar recorrer el musculoso cuerpo del joven con la mirada.
- Hola, soy Christopher Selsey, estoy buscando al Sr. Grimsby.
La sensual voz del joven hizo sonreír a Celine.
- El Sr. Grimsby ha ido a dar una vuelta con su nuevo caballo, no creo que tarde mucho en volver, ¿le puedo ayudar yo en algo?
El joven miró a Celine de arriba abajo y sonrió.
- Tú eres la preciosa Celine, ¿no es cierto?
Celine se ruborizó.
- Sí, ¿nos conocemos?
- No, pero tu padre me habló mucho de ti. Conocí a tu padre en una subasta que se hizo hace unos meses en Baton Rouge.
- Ya sé quién es usted, es el joven que empezó a pujar con él por la misma pieza.
Christopher sonrió y le tendió la mano.
- El mismo, encantado de conocerte.
Celine le estrechó la mano, pero él se inclinó y se la besó. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Celine.
- ¿Y... y qué está usted haciendo aquí?
- Bueno, tu padre me invitó a pasar el verano aquí con vosotros, yo no tengo familia.
- Lo siento, Señor Selsey.
Christopher sonrió, mostrando unos perfectos dientes blancos.
- Puedes llamarme Chris.
Celine empezaba a creer que se perdería en la mirada de aquel seductor joven cuando su padre entró en la cuadra con su caballo.
- Celine tienes que montar a... Dios mío, Christopher, has llegado ya. Bienvenido.
Eduard y Christopher se estrecharon la mano.
- Ya os conocéis.
Celine y Christopher se sonrieron.
- Sí, Eduard ya nos conocemos y permite que te diga que tu hija es encantadora.
Celine bajo la mirada al suelo al notar que volvía a ruborizarse.
Sarah entro en la cocina con la bandeja de la cena vacía y se sentó de golpe en una silla.
- ¿Que té pasa, Sarah?
Sarah miró a Martha, la cocinera, y a su hija Clair.
- ¿Habéis visto al invitado del Señor Grimsby?
Clair miró a Sarah, que se abanicaba con la mano.
- No, no le he visto, pero supongo que es uno de esos viejetes que pujan en las subastas, como el Señor.
Sarah rió.
- Nada de eso, el invitado del Señor es el joven más apuesto y atractivo que he visto en mi vida.
Martha miró a las jóvenes y meneó la cabeza.
- Ya serviré yo el segundo plato, mientras vosotras habláis.
Sarah aprovechó que la vieja cocinera se había marchado para hablar con Clair.
- Te aseguro, Clair, que es guapísimo, y por lo que he oído es soltero.
Clair entrecerró los ojos.
- Soltero y guapo... no tardará mucho en caer en mis brazos.
Sarah miró a su compañera.
- Clair, no es justo, tú siempre te llevas el mejor partido. ¿Qué hay de las demás?
Clair cogió una jarra de vino y se acercó a la puerta que comunicaba la cocina con el comedor.
- Sarah, querida, deja que lo pruebe yo primero, no fuera que el muchacho sea un fraude; no quiero que te desilusiones.
Clair entró en el comedor meneando las caderas sensualmente. Cuando la puerta se cerró tras ella Sarah le sacó la lengua.
- Presumida, no sé por qué le cuento nada.
Cuando Clair entró en el comedor, los ojos de Christopher se clavaron en ella. Clair era una joven de veinte años con una larga melena castaña y unos preciosos ojos verdes. La joven se acercó a Christopher.
- ¿Un poco de vino, Señor?
Christopher asintió con la cabeza y vio como la joven se inclinaba para llenarle la copa. Christopher no pudo evitar mirar el escote de la joven y ésta, al notarlo, sonrió pícaramente. Celine y su padre no repararon en la escena porque estaban discutiendo acaloradamente sobre qué nombre le pondrían al nuevo caballo.
Martha entró en la cocina seguida de su hija.
- Clair, no me gusta que te comportes de esa manera cada vez que ves a un hombre atractivo.
-¿De qué manera madre? Sólo he sido amable.
Martha abandonó la cocina dando un portazo porque no quería pelear con su hija en aquel momento.
Sarah cerró la puerta de la despensa y miró a Clair.
- ¿Qué te ha parecido?
Clair se mordió el labio inferior.
- Es guapísimo.


Celine y Christopher habían pasado muy poco tiempo en casa la última semana, ya que normalmente se iban a dar una vuelta por el bosque con los caballos y comían un picnic o se iban a comer a un restaurante del centro de la ciudad. Sólo iban a casa para cenar y dormir.
Celine estaba sentada bajo un árbol para protegerse del sol del mediodía, mientras Christopher ataba los caballos a la rama de un árbol cercano.
- Celine, sé que sólo hace una semana que nos conocemos, pero es como si te conociera de toda la vida.
Celine sonrió mientras Christopher se sentaba frente a ella.
- Yo también estoy muy bien a tu lado... Chris.
Christopher sonrió y pasó su mano por los cabellos de Celine.
- Eres preciosa.
Celine notó cómo Christopher la atraía hacia él y se dejó llevar. Estaban a pocos centímetros de distancia y Celine podía notar el cálido aliento de Christopher.
- Celine, ¿quieres casarte conmigo?
Celine no podía creer lo que acababa de oír, aquel apuesto joven quería casarse con ella. Antes de que Celine pudiera responder, Christopher la besó. Instantes después, Christopher miró a Celine con sus profundos ojos azules y sonrió.
- No respondas ahora, piénsalo y mañana me dices lo que has decidido.
Celine sonrió, no podía creer que aquello le pasase a ella.


Aquella tarde, Celine empezó a buscar uno de sus mejores vestidos para la cena. Quería estar perfecta para Christopher. Mientras, él estaba paseando por el jardín, pensando en que pronto tendría una rica esposa que pagaría todas sus deudas de juego. Christopher notó como una delicada mano le daba un golpecito en el hombro. Se giró, creyendo encontrarse con Celine y en su lugar se encontró a Clair. La joven le sonrió y él arqueó una ceja.
- Eres la chica que cada noche me sirve vino, ¿no es cierto?
- Sí, siento no haberme podido presentar antes pero usted no está nunca en casa.
La joven se apoyó en una pared del jardín y sonrió sensualmente.
- Soy Clair, la hija de la cocinera. ¿Y usted es...?
Christopher notó la picardía de la joven y le siguió el juego.
- Para ti, Chris, preciosa.
Clair enredó uno de sus dedos en el cabello de Christopher atrayéndolo hacia ella.
- ¿De verdad crees que soy preciosa, Chris?.
Christopher sonrió y empezó a besarla recorriendo con sus manos todo el cuerpo de Clair.
- ¿Chris? ¿Dónde estas?
Christopher se separó de Clair y arqueó una ceja.
- Debo irme, encantado de conocerte... Clair.
Clair se mordió el labio inferior y miró como Christopher se alejaba.
Los ojos de Celine se llenaron de ternura al ver que Christopher salía de detrás de la casa del jardinero.
- Te buscaba.
Christopher sólo sonrió.


Después de la cena, Christopher y Celine dieron un largo paseo que terminó en la puerta de la habitación de Celine. Ella miró a Christopher y le susurró.
- Mañana te daré una respuesta a tu pregunta.
- Ya sé que sólo hace una semana y media que nos conocemos pero...
Christopher se acercó y besó a Celine.
- Buenas noches.
Celine sólo pudo sonreír.



Aquella noche hacía mucho calor y a Christopher, como a casi todos los habitantes de la casa, le costaba mucho conciliar el sueño, así que decidió bajar a la cocina para beber un vaso de agua fresca. Él creyó que no se encontraría con nadie y bajó a la cocina con los finos pantalones de hilo que usaba para dormir. Cuando abrió la puerta de la cocina, se encontró con Clair, llevaba un fino camisón de hilo que transparentaba sus formas. La joven estaba bebiendo un vaso de agua y cuando hubo terminado, miró a Christopher.
- Hola... Chris.
Christopher miró a la joven como se desabrochaba los tres primeros botones de su camisón, dejando ver parte de sus pechos.
- Hace calor aquí... ¿no crees, Chris?
Christopher enarcó una ceja.
- He venido a buscar un vaso de agua, tengo sed.
Clair se acercó a la jarra de agua y llenó un vaso.
- ¿Lo quieres?
Christopher sonrió a la joven.
- Sí.
Clair derramó el contenido del vaso sobre su escote.
- Pues bébetelo.
Christopher miró cómo el camisón mojado se arropaba a las formas voluptuosas de Clair y se acercó a ella.
- Eres muy perversa, Clair.
La joven rió.
- Lo sé.
Christopher cogió en brazos a Clair y la sentó en la mesa de la cocina. Clair dirigió la cabeza de Christopher hacia sus pechos y él empezó a besarlos.


Celine se despertó sedienta y decidió ir a buscar un vaso de agua. Cuando estaba cerca de la cocina oyó a Clair gimiendo.
- Chris...
Celine dudo un momento en abrir la puerta. No estaba segura de querer ver lo que estaba pasando en aquella habitación, pero finalmente, la curiosidad pudo con ella y abrió la puerta de par en par. Christopher vio a Celine junto a la puerta y comprendió que su oportunidad de casarse con ella se había esfumado.
- Celine yo...
Celine palideció y salió llorando de allí.


Una lagrima rodó por la mejilla de Celine.
- Celine, es horrible... pero no vale la pena ponerse triste.
- No lloro por tristeza, Claudia, lloro de rabia de no haberle dado yo misma su merecido a ese libertino.
Claudia le tendió un pañuelo a Celine.
- ¿Qué pasó con él?
- Mi padre le echó de casa aquella misma noche... y a ella también.
Claudia meneó la cabeza.
- Ahora entiendo tu odio hacia los hombres, pero estoy segura de que no todos son iguales.
- Me da igual. Por lo que a mí respecta, no quiero saber nada de ellos.

Capítulo 2

CAPÍTULO 2


Los golpes en la puerta interrumpieron la conversación que mantenían Edward y Celine.
- Adelante.
La puerta de la biblioteca se abrió despacio y tras ella apareció Clifford, el mayordomo.
- Señor, el señor Everet Coleman y su familia han llegado.
Celine se quedó mirando a Clifford, que permanecía inmóvil y con una sonrisa bobalicona.
Había llegado el momento.
- Y bien, diles que pasen.
El mayordomo miró a la joven sin perder su sonrisa y asintió. Segundos después, la familia Coleman entraba en la biblioteca. Celine observó detalladamente a los recién llegados.
El primero en aparecer fue su tío Everet. Era un hombre corpulento y muy alto. Su cabello pelirrojo estaba mezclado con algunas canas y tenía unos espectaculares ojos azules. Detrás de él, apareció una mujer bajita y esbelta con una amplia sonrisa y unos preciosos ojos ámbar como los de Celine; era su tía Hellen, sin duda. Tenía el cabello castaño como su padre, rasgo que verificaba que era una descendiente de los Grimsby.
Everet y Hellen se acercaron a Edward y éste se puso en pie para darles la bienvenida.
Celine permaneció inmóvil mirando la puerta, esperando con curiosidad a que hiciera acto de presencia su prima Claudia.
- Hermanito, ¿has engordado desde la última vez que te vi?
Edward abrazó a Hellen.
- Adoro tus cumplidos, querida.
Everet estrechó la mano de su cuñado y sonrió.
- Edward, cuánto tiempo sin vernos. ¿Sabes?, es cierto has engordado.
Edward sonrió cínicamente.
- Bueno, vosotros no sois tampoco los de hace quince años.
Hellen entrecerró los ojos hasta convertirlos en una fina línea.
- ¿No? Yo creo que he mejorado.
Miró a su marido buscando complicidad y apoyo. Éste y Edward empezaron a reír.
Hellen reparó en la presencia de Celine, que aún esperaba la llegada de su prima con los ojos clavados en la puerta y las manos entrecruzadas con fuerza.
- ¡Oh, Dios bendito! ¿Celine? Cómo has crecido. Te has convertido en una preciosa mujer.
Celine dirigió la vista hacia su tía y se levantó de su butacón de un respingo al percatarse de su falta de cortesía. Hellen se acercó a ella y la miró de arriba abajo.
- Eres la viva imagen de tu madre.
Celine sonrió nerviosa.
Everet miró a la joven y se acercó a Edward para susurrarle algo al oído.
- En Londres, esta jovencita tan encantadora no durará soltera más de tres semanas, te lo aseguro.
Celine intentaba descifrar lo que su tío Everet le estaba diciendo a su padre. Hellen noto su interés.
- Celine no te preocupes, sea lo que sea lo que tu tío le cuente a tu padre, te aseguro que me acabaré enterando, yo siempre me entero de todo -Guiñó un ojo.
- ¿De veras? ¿Cómo lo consigue, tía?
- Primero, háblame de ti -Sonrió amablemente-, y luego te explicaré mis métodos para hacer hablar a los hombres, o al menos a tu tío Everet; él no sabe guardar bien los secretos y resulta muy fácil.
Celine sonrió; había temido que su tía fuera una mujer petulante de la alta sociedad de Londres, pero en realidad era una mujer encantadora, y su tío también parecía serlo, sólo quedaba una incógnita y posiblemente era la más importante para ella.
Volvió a mirar hacia la puerta.
Hellen pareció intuir lo que ella pensaba.
- Tu prima Claudia aparecerá de un momento a otro. Se ha quedado en el jardín de la entrada, junto con la doncella, porque se ha mareado con el viaje y necesitaba tomar aire fresco.
Celine estaba a punto de preguntarle a su tía cómo era Claudia, cuando ella entró en la biblioteca.
Era una joven no más alta que Celine. Sus cabellos pelirrojos estaban recogidos en un sencillo tocado, que resaltaba la forma redondeada de su rostro. Tenia unos preciosos ojos rasgados de color verde esmeralda y una pequeña nariz respingona. Claudia dedicó una gentil sonrisa al grupo de gente que estaba en la habitación.
Hellen miró a Celine con un matiz de orgullo de madre en sus ojos.
- Ahí está -Hizo un elegante gesto con la mano-. ¿Ya estás bien querida, no estas mareada?
- Ya me encuentro mejor, siento el retraso.
Edward se acercó a su sobrina.
- Hola, soy tu tío Edward, y ella es tu prima Celine.
Celine esbozó una tímida sonrisa a Claudia, y ésta observó a su prima con sorpresa.
- ¡Vaya, prima! Eres mucho más bonita de lo que me había imaginado. Creo que si vienes a casa, todos mis pretendientes te preferirán a ti y no a mí. ¡Podría ponerme celosa!
Celine estaba desconcertada por el trato familiar de la joven respecto a ella, era como si se conocieran de toda la vida.
Se aclaró la garganta.
- En realidad, prima, yo no pretendo quitarte a ninguno de tus pretendientes.
Claudia se acercó a Celine y sonrió con picardía levantando una ceja.
- Estoy segura de que no es tu intención, pero seguro que ellos no lo saben -Guiñó un ojo, mientras Celine, sorprendida por el arrollador y atrevido carácter de su prima, parpadeaba confusa.
- Hellen, no sabía que mi sobrina tenía esta personalidad tan... sociable.
Everet miró a su cuñado, divertido.
- Ella es así, ¿no te recuerda a alguien?
Edward se quedó un segundo pensativo.
-Sí, me recuerda a la joven e impetuosa Hellen.
Hellen miró a su hermano.
- ¿Joven? ¿Acaso te parezco una anciana, Edward?
- No, pero reconoce que ya no tienes veinte años.
Hellen le dedico una cínica sonrisa.
- De espíritu, sí.
Celine y Claudia empezaron a reír ante aquel absurdo diálogo.
- ¿Sabes, Celine?, creo que vamos a ser buenas amigas.
Celine miró a su prima y asintió.



Los golpecitos en la puerta sacaron de su ensoñación a Celine. Se levantó de un respingo del tocador y abrió la puerta. Claudia la esperaba con una gran sonrisa y un precioso vestido entre sus brazos.
Claudia entró como una exhalación en la habitación sin esperar a ser invitada.
- ¿Sabes?, nunca me ha quedado bien el burdeos.
Celine miró a su prima extrañada, mientras ésta extendía los brazos con el vestido hacia su dirección.
-¿Por qué lo dices?
- Por este vestido. Evidentemente, te lo voy a regalar. Un amigo insistió en obsequiármelo a pesar de que le dije mil millones de veces que este tono es nefasto para combinarlo con mi color de cabello.
Con un rápido movimiento, Claudia extendió el vestido sobre la bata de Celine y lo sostuvo sobre sus hombros.
Realmente, el comportamiento impulsivo de su prima la desconcertaba por completo, sobretodo para una joven tranquila y prudente como ella.
Claudia sonrió satisfecha, dejando ver entre sus sonrosados labios una hilera de dientes perfectos.
- Sí, como suponía, tu tono de cabello es perfecto para el color de este vestido.
- Pero, no puedes regalármelo, parece un vestido carísimo y me has dicho que fue un regalo de un amigo.
Claudia puso los ojos en blanco y arrojó el vestido sobre la cama de su prima.
- Bobadas, es todo tuyo.
Se giró con la gracia de una bailarina de danza clásica y caminó hasta el tocador. Cogió el cepillo que había sobre él. Se sentó en el borde de la banqueta y, con un gesto de la mano, invitó a su prima para que la acompañara.
- Te ayudaré a peinarte; piensa en que pronto seremos como hermanas, viviendo en la misma casa, asistiendo a las mismas fiestas. Será divertidísimo. Así que, si empezamos ya a comportarnos como tal, antes empezará la diversión, ¿no crees?.
Celine se acercó cada vez más sobrecogida por el carácter de la recién llegada.
Sin duda, el tener a Claudia como amiga le cambiaria muchísimo la vida.
Más de lo que ella pensaba.
Celine tenía una larga cabellera azabache con graciosas ondulaciones. Su cabello oscuro y su pálida piel hacían resaltar sus grandes ojos ambarinos.
Claudia la peinaba como si de su nueva muñeca se tratara. Recogió su cabello en un sencillo tocado, dejando caer algún mechón ondulado sobre sus hombros.
- Celine, ponte el vestido esta noche para cenar. Es tu última noche en el campo y hay que celebrarlo.
Celine asintió y se miró en el espejo, no parecía la misma chica sencilla de siempre, realmente Claudia obraba maravillas con unas cuantas horquillas.



Claudia y Celine entraron en el comedor, con una amplia sonrisa.
Claudia llevaba un precioso vestido de raso verde, mientras que Celine llevaba el vestido burdeos que su prima le acababa de regalar.
Everet miró a su sobrina anonadado.
- Celine, Claudia tenia razón, todos los hombres de Londres se van a volver locos por ti.
Celine borró la sonrisa de su rostro y una chispa de amargura brilló en sus ojos dorados.
- Tío Everet, precisamente eso es algo que pretendo evitar. Lo único que quiero hacer en Londres es visitar museos, las grandes librerías y, tal vez, disfrutar de la moda londinense, pero te aseguro, no, te juro, que el hecho de conquistar a algún hombre no entra en mis planes en absoluto.
Everet calló al oír el tono seco de la joven. Edward se apresuró en disculparla.
- Everet, discúlpala. Tuvo un desengaño amoroso y ahora desconfía de los hombres en general.
Hellen sonrió dulcemente a Celine, que se había sentado en la mesa para cenar. El rubor cubría sus mejillas en una mezcla de ira y vergüenza.
- Celine, querida, ahora no quieres volver a enamorarte, ¿no es cierto?
Celine miró a su tía y asintió.
- No te preocupes, a mí me pasó lo mismo y en cuanto conocí a tu tío Everet cambié de opinión. No puedes cerrarte en banda a algo tan maravilloso.
- Sinceramente, tía Hellen, no creo que eso pueda pasarme a mí.
Claudia miró a Celine y le dedicó una sonrisa de ánimo, ladeando la cabeza con cariño. Ella siguió cenando en silencio.
Edward, como buen anfitrión, notó el ambiente tenso y decidió cambiar de tema.
- Bueno, entonces mañana por la tarde sale el tren que os llevará de vuelta a Londres, ¿correcto?
Everet sonrió.
- Sí, lamento que sólo nos podamos quedar hoy, me hubiera gustado pasar más tiempo aquí contigo.
Hellen carraspeó.
- Tú lo que pretendes es alejarte de las fiestas de sociedad que a mi tanto me gustan, querido.
Everet rió y asintió con la cabeza mientras todos, excepto Celine, reían a carcajadas.
Su corazón y su mente estaban desbordados por la nueva vida que la estaba esperando en Londres a tan solo dos días de distancia.

Continuara...



sábado, 16 de abril de 2011

Capitulo 1

Hola! Bienvenidos a mi historia online VERANO!

En este Blog iré poniendo los capítulos de una novela que estoy reescribiendo ya que ha la hice hace ya muchos años y mi estilo ha cambiado muchísimo (aquellos que habéis leído alguna de mis novelas ya lo notaréis) 

Aquí os dejo el primer capitulo junto con un párrafo de la versión original.

Gracias por leerme!
Beeesos!



VERANO (Versión de 1999)

Nueva Orleans, 1885.

Miró a su alrededor y cogió una piedra de forma aplanada.
- Esta servirá.
Lanzó la piedra al lago, tal y como le había enseñado su padre. Esta se deslizó por el agua dando una serie de saltos que removieron la tranquila superficie del lago.
- Veo que todavía se te da muy bien hacer que las piedras salten por el agua.
Celine giró la cabeza y vio a su padre de pié junto a ella.
- Se está haciendo tarde hija, será mejor que nos marchemos a casa.
Celine asintió con la cabeza y siguió a su padre hasta el coche que los estaba esperando. Minutos después ya iban de vuelta a casa.
Eduard miró a su hija y notó la tristeza en su rostro.
- ¿Hija que té pasa?
Celine meneó la cabeza y se quedó mirando a su padre con ojos vidriosos.
- Sigues pensando en él, ¿no es cierto?... Creía que ya lo habías superado.

Con falta de sustancia, ¿verdad? Ahora vamos con la versión nueva. 


VERANO (Versión de 2009)

CAPITULO 1


Inverness (Escocia), 1885.

El sol brillaba sobre la superficie del Lago. Se movió sigilosa, mirando entre los matorrales, buscando una piedra lo más aplanada posible, tal y como le había enseñado su padre años atrás. Se agachó con cuidado para que el viento de aquella tarde no le hiciera volar el sombrero y recogió una piedra que le pareció perfecta.
Con un ágil y rápido movimiento, lanzó la piedra, haciendola rebotar varias veces sobre el río.
Sonrió satisfecha sin percibir que su padre la observaba de cerca.
- Veo que aún se te da bien deslizar las piedras por el río.
Su sonrisa se amplió, dejando ver sus blancos dientes.
- Ya he terminado mis negocios y se  está haciendo tarde; será mejor que nos marchemos antes de que tu viejo padre se muera de hambre.
Celine se permitió una última bocanada de aire puro de aquellos campos al lado del lago Ashie antes de seguir a su padre hacia el coche.
No eran muy habituales las veces que su padre se la llevaba consigo a los campos para negociar la compra de terrenos. Evidentemente, cuando lo conseguía, era gracias a la persistencia de ella; no es que le interesara especialmente el mundo de los negocios, pero adoraba estar cerca de la naturaleza y aprovechaba cualquier excusa para ello.


Se dejó caer sobre el asiento del carruaje y colocó bien su vestido mientras, sin darse cuenta, dejó que las sombras del pasado borraran todo rastro de la soleada tarde.
- ¿Celine, qué te pasa?
Era evidente que su padre había percibido el cambio de humor en su rostro.
Se limitó a mirarle con los ojos vidriosos.
- ¿Sigues pensando en él?. Creía que ya lo habías superado. No puedes dejar que el pasado te atormente de esta manera, eres muy joven.
- Y lo he superado -Su voz sonó mas grave y seria de lo habitual, como si de esa manera intentara convencerse a sí misma-, sólo que hoy hace exactamente un año que pasó todo.
Edward cogió la mano de ella entre las suyas y le sonrió.
- Simplemente, olvídalo cariño.
Una lágrima rodó por su mejilla mientras veía la bondad reflejada en el viejo rostro de su padre.
Sin duda, era el mejor hombre del mundo y, después de lo ocurrido con Christopher Selsey, estaba convencida de que era el único hombre en la faz de la tierra que merecía su confianza y su cariño.
Él, se recostó de nuevo en su asiento y carraspeó.
- Celine -Tragó saliva como si las palabras se le encallaran en la garganta-. He escrito una carta a tu tía Hellen, Ya sabes que ella adora esas ruidosas fiestas de sociedad de Londres, y ambos estamos de acuerdo en... -Los ojos de ella cada vez estaban más abiertos y a él se le atragantó la noticia, a sabiendas de la reacción de ella- yo aquí no te puedo dar muchas posibilidades de futuro, en cambio en Londres, con las fiestas de Hellen y sus amistades...
- ¿De qué posibilidades hablas?
Edward cogió aire.
- Cariño, tienes veinte años y empiezas a tener edad para comprometerte, y desde luego Londres es el sitio ideal para encontrar un buen partido. Si esperas un poco más, terminarás siendo una vieja solterona que cuida de su anciano y aburrido padre.
La ira empezó a brillar en los ojos de ella.
- En primer lugar, tú no eres tan viejo, y en segundo, sabes de sobra lo que opino de los hombres. No quiero saber nada de ellos y si mi futuro está cuidándote lo aceptaré gustosa; no me imagino nada mejor que pasar el resto de mi vida aquí junto a ti.
Se dejó caer con fuerza contra el respaldo del asiento para reafirmar su disconformidad mientras miraba fijamente a su padre.
- Celine, estás siendo irracional porque te hicieron daño y estás dolida, pero no todos los hombres son como Selsey, te debes a ti misma divertirte.
Ella soltó una carcajada irónica. Edward simuló no oirla.
- Tu tía Hellen llegará dentro de unos días para llevarte con ella a Londres; allí, junto con tu prima Claudia podrás ir a fiestas de la alta sociedad y divertirte.
La determinación de las palabras de su padre hizo que la obstinación dejara paso a la razón en su mente. Normalmente, ella siempre convencía a su blando padre para que la dejara hacer lo que le apetecía pero, por algún motivo, a pesar de que detestara la idea, algo le hacía pensar que no era del todo mala.
Edward observaba cada rasgo de la cara de su hija con impaciencia a la espera de alguna señal que le advirtiera de que estaba a punto de estallar a causa de la noticia. Celine suspiró.
- ¿Tú crees que debería ir?
Él se quedó desconcertado ante la respuesta sumisa de su hija y tardó unos segundos en reaccionar.
- Creo que sí.
Celine miró por la ventana sin ver, asumiendo lentamente la noticia, mientras un torbellino de sentimientos y recuerdos acudían a su mente, sin darse cuenta de que estaba anocheciendo.
Por un lado, su mente intrépida la hacía desear ir a Londres a conocer aquella ciudad que decían que era la más hermosa de Europa y, evidentemente, estaba el aliciente de una ciudad llena de museos y librerías enormes a su disposición.
Estaba claro que, si se quedaba allí, lo más interesante que le ocurriría sería ir a la biblioteca y descubrir alguna publicación sobre poemas picantes.
Sacudió la cabeza.
Pero, por otro lado, sin lugar a dudas, asistiría a las fiestas por no desmerecer la invitación de su tía Hellen, lo contrario sería muy descortés por su parte y, allí, se encontraría con montones de indeseables como Selsey, dispuestos a humillar a la chica de pueblo.
Dejó de respirar durante unos segundos.
- Está bien, iré. Pero no creas que, por aceptar, dejaré de desconfiar en los hombres y aceptaré alguna proposición de matrimonio. Eso jamás ocurrirá, ¿de acuerdo papá?
Hizo un gesto con el dedo como si le amenazara.
Edward sonrió.
- Echaré de menos tu obstinación.
- ¡Yo nunca he sido obstinada!
Él sonrió ante la mirada irónica de su hija.
- Oye, papá, estaba pensando... -Sus dedos se enredaron juguetonamente en uno de sus rizos-. ¿Y si té vienes a Londres conmigo y te busco una buena esposa?
Edward se paralizó.
- Bueno, hija, yo... soy mayor para los romances y desde que murió tu madre...
Celine no pudo resistirlo y empezó a reír escandalosamente ante la inocencia de su padre. Edward suspiró aliviado al comprender la broma.
El coche se detuvo frente a la puerta de la lujosa casa de campo de los Grimsby y sus dos ocupantes bajaron.
Clifford, el mayordomo, les abrió la puerta con una gran sonrisa.
Celine empezó a subir el tramo de escaleras que llevaba a las habitaciones, seguida de su padre, para prepararse para la cena.
Sólo conocía a su familia de Londres por anécdotas familiares que le había contado su padre y las expectativas del nuevo viaje le habían despertado curiosidad sobre la más joven de sus parientes.
- Papá –Se detuvo sin pensarlo en mitad de la escalera, giró sobre sus talones y le miró curiosa-, mi prima Claudia, ¿cuántos años tiene?
Edward sonrió satisfecho por su repentino interés.
- Si mal no recuerdo, tiene dieciocho años. ¿Te acuerdas de ella?
- No, ¿nos hemos visto alguna vez?
- Sí, pero erais muy pequeñas, es lógico que no te acuerdes.
Ella empezó a caminar hacia su habitación, seguida de su padre.
- Espero que nos llevemos bien.
Él asintió con la cabeza mientras se dirigía a su propia habitación.



Celine cerró la puerta con delicadez tras de sí. Inmediatamente, el aroma a jabón de hierbas que ella utilizaba la envolvió por completo. Como era habitual, la doncella ya le había preparado el baño caliente para que se pudiera asear debidamente para la cena.
Se sentó en la cama y sacó, cuidadosamente y una por una, las horquillas que mantenían fijo su sombrero. De pronto, notó como algo le tiraba del cabello.
- ¡Oscar, gato malo! ¿Cuántas veces te tengo que repetir que no juegues con mis tirabuzones?
Oscar ladeó la cabeza y se quedó mirando a su dueña con sus grandes ojos azules. Ella no se pudo resistir a su dulzura felina y le acarició la cabeza resignada.
- Te voy a echar de menos, pero no te abandono, sólo estaré fuera un tiempo y papá cuidará de ti.
Oscar se hizo un ovillo a los pies de la cama y se durmió entre ronroneos, mientras observaba a su dueña disfrutar de su reconfortante baño.


 
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