domingo, 17 de abril de 2011

Capítulo 3

CAPÍTULO 3


Celine abrazó a su padre con fuerza y una lágrima rodó por su mejilla.
- Te echaré de menos, papá. Prometo escribirte cada día.
- Cuídate y no hagas nada que yo no haría -Una sonrisa pícara se dibujó en su cara, llenándola de arrugas.
- Papá, cuídame bien a Oscar, ¿vale?
Eduard miró a su hija divertido.
- Cuidaré de Oscar como si fueras tú misma.
- Y recuerda que no debes comer demasiado cerdo y que el martes viene a visitarte el Doctor Connors para tu revisión anual.
Edward suspiró resignado mientras daba lijeros empujoncitos a Celine hacia la entrada del vagón de tren.
- Cariño, eres tú la hija, y soy yo el que te tendría que dar consejos.
Ella saltó a su cuello y lo rodeó con los brazos.
- ¡Cuídate!
Hellen rodeó con su mano la cintura de Celine.
-Vamos, querida, no es una despedida definitiva, seguramente en unas semanas tendrás a tu padre rongándote para que vuelvas.
Celine le dió un beso a su padre y sonrió a su tía.
El encargado del andén de la estación empezó a hacer sonar su silbato como aviso para los pasajeros rezagados.
La partida era inminente.
Celine entró en el lujoso vagón de primera clase, siguiendo a su tía y haciendo acopio de valor para no volver la vista atrás y dedicarle una última mirada a su padre. Seguramente, estaba actuando de forma exagerada pero, desde la muerte de su madre, habían estado tan unidos y siempre el uno junto al otro, que la despedida se le hacía mucho más dolorosa.


Claudia sonrió al ver el interior del vagón restaurante. Estaba decorado como el salón de una casa lujosa, lleno de lámparas con lágrimas de cristal y el suelo estaba forrado con una elegante moqueta de color azul marino.
Hellen empezó a mirar a los pasajeros que desfilaban ante ella.
- Mira, hija, hay un montón de jóvenes guapos y bien parecidos.
Claudia sonrió.
- Mamá, ¿crees que querrán bailar conmigo?
Hellen observó un grupo de jóvenes que miraban con curiosidad a Claudia y a Celine.



El sol de junio se reflejaba en el mar, creando unos destellos preciosos que Celine estaba contemplando desde uno de los laterales del barco. Claudia vio a su prima, que aquella mañana había madrugado mucho y se acercó a ella.
-Buenos días, Celine.
Celine reconoció la voz de su prima al instante.
- Hola, Claudia, ¿has dormido bien?
- Sí, estupendamente. ¿Sabes?, te quiero enseñar algo que he visto cerca de aquí.
Celine siguió a su prima hasta una parte un poco escondida de cubierta. Claudia miró a Celine con picardía.
- Asómate y mira discretamente.
Celine asintió y asomó la cabeza poco a poco. Sentado en una butaca, estaba Ryan, el chico de la noche anterior, con el pie en alto y vendado. Celine no pudo evitar soltar una carcajada antes de volver a esconderse.
- Claudia, ¿qué le ha pasado?
- Por lo que yo sé, tiene el dedo gordo del pie totalmente hinchado y morado.
Las dos jóvenes empezaron a pasear por cubierta.
- ¿Sabes, Celine? Me da lástima el pobre Ryan, le hiciste daño de verdad.
- Pues a mí no me da pena, todos los hombres son iguales y Ryan se merecía ese pisotón.
Claudia se sentó en un banco y Celine hizo lo mismo.
- Celine, ¿te puedo preguntar algo?
Celine asintió con la cabeza.
- ¿Qué fué eso tan horrible que te hizo ese hombre para que ahora los odies a todos?
Celine se quedó mirando fijamente el horizonte antes de responder.
- Todo pasó hace poco más de un año...


Nueva Orleans, 1884.

Celine acababa de ensillar a su caballo cuando unos golpes en la puerta de la cuadra llamaron su atención. Miró hacia la puerta y vio a un joven de unos veintisiete años de edad, con los cabellos rubios y los ojos más azules que ella había visto en su vida. El joven le sonrió y se acercó a ella. Celine no pudo evitar recorrer el musculoso cuerpo del joven con la mirada.
- Hola, soy Christopher Selsey, estoy buscando al Sr. Grimsby.
La sensual voz del joven hizo sonreír a Celine.
- El Sr. Grimsby ha ido a dar una vuelta con su nuevo caballo, no creo que tarde mucho en volver, ¿le puedo ayudar yo en algo?
El joven miró a Celine de arriba abajo y sonrió.
- Tú eres la preciosa Celine, ¿no es cierto?
Celine se ruborizó.
- Sí, ¿nos conocemos?
- No, pero tu padre me habló mucho de ti. Conocí a tu padre en una subasta que se hizo hace unos meses en Baton Rouge.
- Ya sé quién es usted, es el joven que empezó a pujar con él por la misma pieza.
Christopher sonrió y le tendió la mano.
- El mismo, encantado de conocerte.
Celine le estrechó la mano, pero él se inclinó y se la besó. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Celine.
- ¿Y... y qué está usted haciendo aquí?
- Bueno, tu padre me invitó a pasar el verano aquí con vosotros, yo no tengo familia.
- Lo siento, Señor Selsey.
Christopher sonrió, mostrando unos perfectos dientes blancos.
- Puedes llamarme Chris.
Celine empezaba a creer que se perdería en la mirada de aquel seductor joven cuando su padre entró en la cuadra con su caballo.
- Celine tienes que montar a... Dios mío, Christopher, has llegado ya. Bienvenido.
Eduard y Christopher se estrecharon la mano.
- Ya os conocéis.
Celine y Christopher se sonrieron.
- Sí, Eduard ya nos conocemos y permite que te diga que tu hija es encantadora.
Celine bajo la mirada al suelo al notar que volvía a ruborizarse.
Sarah entro en la cocina con la bandeja de la cena vacía y se sentó de golpe en una silla.
- ¿Que té pasa, Sarah?
Sarah miró a Martha, la cocinera, y a su hija Clair.
- ¿Habéis visto al invitado del Señor Grimsby?
Clair miró a Sarah, que se abanicaba con la mano.
- No, no le he visto, pero supongo que es uno de esos viejetes que pujan en las subastas, como el Señor.
Sarah rió.
- Nada de eso, el invitado del Señor es el joven más apuesto y atractivo que he visto en mi vida.
Martha miró a las jóvenes y meneó la cabeza.
- Ya serviré yo el segundo plato, mientras vosotras habláis.
Sarah aprovechó que la vieja cocinera se había marchado para hablar con Clair.
- Te aseguro, Clair, que es guapísimo, y por lo que he oído es soltero.
Clair entrecerró los ojos.
- Soltero y guapo... no tardará mucho en caer en mis brazos.
Sarah miró a su compañera.
- Clair, no es justo, tú siempre te llevas el mejor partido. ¿Qué hay de las demás?
Clair cogió una jarra de vino y se acercó a la puerta que comunicaba la cocina con el comedor.
- Sarah, querida, deja que lo pruebe yo primero, no fuera que el muchacho sea un fraude; no quiero que te desilusiones.
Clair entró en el comedor meneando las caderas sensualmente. Cuando la puerta se cerró tras ella Sarah le sacó la lengua.
- Presumida, no sé por qué le cuento nada.
Cuando Clair entró en el comedor, los ojos de Christopher se clavaron en ella. Clair era una joven de veinte años con una larga melena castaña y unos preciosos ojos verdes. La joven se acercó a Christopher.
- ¿Un poco de vino, Señor?
Christopher asintió con la cabeza y vio como la joven se inclinaba para llenarle la copa. Christopher no pudo evitar mirar el escote de la joven y ésta, al notarlo, sonrió pícaramente. Celine y su padre no repararon en la escena porque estaban discutiendo acaloradamente sobre qué nombre le pondrían al nuevo caballo.
Martha entró en la cocina seguida de su hija.
- Clair, no me gusta que te comportes de esa manera cada vez que ves a un hombre atractivo.
-¿De qué manera madre? Sólo he sido amable.
Martha abandonó la cocina dando un portazo porque no quería pelear con su hija en aquel momento.
Sarah cerró la puerta de la despensa y miró a Clair.
- ¿Qué te ha parecido?
Clair se mordió el labio inferior.
- Es guapísimo.


Celine y Christopher habían pasado muy poco tiempo en casa la última semana, ya que normalmente se iban a dar una vuelta por el bosque con los caballos y comían un picnic o se iban a comer a un restaurante del centro de la ciudad. Sólo iban a casa para cenar y dormir.
Celine estaba sentada bajo un árbol para protegerse del sol del mediodía, mientras Christopher ataba los caballos a la rama de un árbol cercano.
- Celine, sé que sólo hace una semana que nos conocemos, pero es como si te conociera de toda la vida.
Celine sonrió mientras Christopher se sentaba frente a ella.
- Yo también estoy muy bien a tu lado... Chris.
Christopher sonrió y pasó su mano por los cabellos de Celine.
- Eres preciosa.
Celine notó cómo Christopher la atraía hacia él y se dejó llevar. Estaban a pocos centímetros de distancia y Celine podía notar el cálido aliento de Christopher.
- Celine, ¿quieres casarte conmigo?
Celine no podía creer lo que acababa de oír, aquel apuesto joven quería casarse con ella. Antes de que Celine pudiera responder, Christopher la besó. Instantes después, Christopher miró a Celine con sus profundos ojos azules y sonrió.
- No respondas ahora, piénsalo y mañana me dices lo que has decidido.
Celine sonrió, no podía creer que aquello le pasase a ella.


Aquella tarde, Celine empezó a buscar uno de sus mejores vestidos para la cena. Quería estar perfecta para Christopher. Mientras, él estaba paseando por el jardín, pensando en que pronto tendría una rica esposa que pagaría todas sus deudas de juego. Christopher notó como una delicada mano le daba un golpecito en el hombro. Se giró, creyendo encontrarse con Celine y en su lugar se encontró a Clair. La joven le sonrió y él arqueó una ceja.
- Eres la chica que cada noche me sirve vino, ¿no es cierto?
- Sí, siento no haberme podido presentar antes pero usted no está nunca en casa.
La joven se apoyó en una pared del jardín y sonrió sensualmente.
- Soy Clair, la hija de la cocinera. ¿Y usted es...?
Christopher notó la picardía de la joven y le siguió el juego.
- Para ti, Chris, preciosa.
Clair enredó uno de sus dedos en el cabello de Christopher atrayéndolo hacia ella.
- ¿De verdad crees que soy preciosa, Chris?.
Christopher sonrió y empezó a besarla recorriendo con sus manos todo el cuerpo de Clair.
- ¿Chris? ¿Dónde estas?
Christopher se separó de Clair y arqueó una ceja.
- Debo irme, encantado de conocerte... Clair.
Clair se mordió el labio inferior y miró como Christopher se alejaba.
Los ojos de Celine se llenaron de ternura al ver que Christopher salía de detrás de la casa del jardinero.
- Te buscaba.
Christopher sólo sonrió.


Después de la cena, Christopher y Celine dieron un largo paseo que terminó en la puerta de la habitación de Celine. Ella miró a Christopher y le susurró.
- Mañana te daré una respuesta a tu pregunta.
- Ya sé que sólo hace una semana y media que nos conocemos pero...
Christopher se acercó y besó a Celine.
- Buenas noches.
Celine sólo pudo sonreír.



Aquella noche hacía mucho calor y a Christopher, como a casi todos los habitantes de la casa, le costaba mucho conciliar el sueño, así que decidió bajar a la cocina para beber un vaso de agua fresca. Él creyó que no se encontraría con nadie y bajó a la cocina con los finos pantalones de hilo que usaba para dormir. Cuando abrió la puerta de la cocina, se encontró con Clair, llevaba un fino camisón de hilo que transparentaba sus formas. La joven estaba bebiendo un vaso de agua y cuando hubo terminado, miró a Christopher.
- Hola... Chris.
Christopher miró a la joven como se desabrochaba los tres primeros botones de su camisón, dejando ver parte de sus pechos.
- Hace calor aquí... ¿no crees, Chris?
Christopher enarcó una ceja.
- He venido a buscar un vaso de agua, tengo sed.
Clair se acercó a la jarra de agua y llenó un vaso.
- ¿Lo quieres?
Christopher sonrió a la joven.
- Sí.
Clair derramó el contenido del vaso sobre su escote.
- Pues bébetelo.
Christopher miró cómo el camisón mojado se arropaba a las formas voluptuosas de Clair y se acercó a ella.
- Eres muy perversa, Clair.
La joven rió.
- Lo sé.
Christopher cogió en brazos a Clair y la sentó en la mesa de la cocina. Clair dirigió la cabeza de Christopher hacia sus pechos y él empezó a besarlos.


Celine se despertó sedienta y decidió ir a buscar un vaso de agua. Cuando estaba cerca de la cocina oyó a Clair gimiendo.
- Chris...
Celine dudo un momento en abrir la puerta. No estaba segura de querer ver lo que estaba pasando en aquella habitación, pero finalmente, la curiosidad pudo con ella y abrió la puerta de par en par. Christopher vio a Celine junto a la puerta y comprendió que su oportunidad de casarse con ella se había esfumado.
- Celine yo...
Celine palideció y salió llorando de allí.


Una lagrima rodó por la mejilla de Celine.
- Celine, es horrible... pero no vale la pena ponerse triste.
- No lloro por tristeza, Claudia, lloro de rabia de no haberle dado yo misma su merecido a ese libertino.
Claudia le tendió un pañuelo a Celine.
- ¿Qué pasó con él?
- Mi padre le echó de casa aquella misma noche... y a ella también.
Claudia meneó la cabeza.
- Ahora entiendo tu odio hacia los hombres, pero estoy segura de que no todos son iguales.
- Me da igual. Por lo que a mí respecta, no quiero saber nada de ellos.

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